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Ya en cubierta, en un amanecer claro de alba cristalina y cierto brillo, el barco de carga inició el aparcamiento en el muelle costero de la localidad de Palacete y sus trescientos noventa mil habitantes.
Algunos marinos bajaron a tierra firme, y los demás quedaron a bordo para ayudar a la grúa que iban a utilizar para llevar a tierra en el playón, a los vagones del tren y su máquina a carbón.
Kurten miraba asombrado el procedimiento y decidió quedarse en el muelle con el pedido de permanecer ahí, como así también agradecido por el transporte y rescate de aquél mar donde casi pierde la vida.
"Kurten, nos vemos en el golfo de Alcántara", sonó Krilea como un paraíso. Él, entusiasmado dijo sí con el corazón.
"Señor Kurten; nos acompaña por favor en el camión que llevaremos el tren a sus vías y pueda circular seguro" dijo el transportista. "Ya se va a poner bien, señor; ya lo verá" agregó el ayudante.
Kurten se acurrucó en el asiento del camión y durmió los cuarenta kilómetros de viaje a la estación de trenes.
Cuando se estacionó el camión, él despertó. "Estamos en destino" anunció el transportista al ayudante que dormía en la parte posterior de la cabina.
Daniel Bonfi
Bendiciones, bendíceme, bendícenos. Amén.
En el nombre del Padre. Amén.