viernes, 18 de octubre de 2019

martes, 23 de julio de 2019

La habitación deshabitada

Este escrito lo imprimí desde mis sentimientos en una ciudad que no era la mía y con toda la nostalgia de mis raíces.
Con ustedes, el escrito:




Cuando la habitaba, ahí estaba; habitada. Yo vivía ahí, yo pasaba gran parte de mi tiempo en ella. Yo, en ella era feliz y dichoso. Pensaba, leía, sonreía cuando el libro así lo requería, lloraba si así lo imponía, más razonaba cuando así lo exigía. En el gran escritorio del rincón nunca faltaba un buen libro que hiciera estallar innumerables emociones y satisfacciones. En el pequeño mundo de mi habitación todo era posible. En ese mundo yo establecía las leyes. Café caliente, con dos cucharaditas de azúcar en pleno invierno, café cortado con leche fría en otoño y primavera, y deliciosos licuados de diferentes frutas en verano. Éstas eran las leyes que regían mi mundo físico, pero naturalmente las había también para regular mi mundo psíquico. Por las mañanas lecturas intelectuales, les diría, que prácticamente era un estudio minucioso y detallado de diferentes realidades existentes en el mundo externo, ajeno a mi habitación. Por la tarde, enseguida después del almuerzo, lecturas placenteras; como ser novelas clásicas o tal vez algún interesante best-seller. A media tarde me actualizaba de las noticias y novedades del mundo de los diarios. Por la noche, ya después de la cena solía escribir. Escribía cuentos, como éste tal vez, o probablemente algunos que reflejaban mi vida sentimental con respecto a las demás personas que me rodeaban.
En el pequeño y rico mundo de mi habitación, también soñaba. Lo hacía de día y también de noche. 
De día, despierto; de noche, dormido. Entre mis ensueños diurnos o matutinos, entre las pausas que hacía de mis lecturas intelectuales, el más habitual era despertarme en una fría mañana de montaña, abrigado al calor de la fogata de un acogedor refugio instalado en la cima, para poder apreciar el inmenso paisaje que existiera a lo más lejos que alcanzara mi visión. También lo era, habitualmente soñar despierto con lo opuesto, presenciar un fresco atardecer en una inmensa playa solitaria, bañada por las ruidosas y traicioneras olas del mar. Un atardecer que sería de cálidos colores y de fresca brisa.
De noche soñaba aproximadamente lo que sueñan todos los seres humanos, y quien sabe si algún otro animal que posea ésta facultad, aún no comprobada. Tenía sueños inverosímiles, fantásticos, visionarios.
En mi habitación planeaba viajes alrededor del mundo, mundo que siempre terminaba recorriendo a través de libros, y cuán placentero era. Leer la historia del antiguo Egipto, experimentar su riqueza, y observar detenidamente fotografías de sus milenarias esfinges. Hacía transportarse mentalmente hasta el lugar. Viajaba también por Europa: Italia, y leía, y a la vez era partícipe de su legendaria Roma, Francia, con la riqueza de su querida y famosísima París, España y recordaba nuestro controvertido pasado, Alemania y deseaba aprender su idioma, como así también el de otras naciones, para comprenderlas mejor, y si algún día viajara poder comunicarme con esos ricos seres. Viena y sus valses famosos, Praga y sus deliciosos puentes. Venecia y sus románticas góndolas.
En mi habitación disfrutaba del silencio, y también del murmullo de la lejana conversación que provenía de mi familia. Murmullo que era imperceptible por su significado pero que sonaba como una dulce melodía. Una suave mezcla de voz femenina y masculina.
Penetraba en mis sentidos, suavemente por los ojos la delicada textura de las paredes, el tranquilo color verde agua de ellas me hacía evocar el mar, que aún no conocía, ni sabía si iba a conocer personalmente. Ingresaba por mi olfato, la perfumada cera de los pisos de madera, y la delicada fragancia de las sábanas limpias. Por el tacto, sentía la textura de mis libros, de sus tapas y sus hojas.
En la soledad de mi habitación, habitada sólo por mi y un mundo de libros, había un aparato de radio que a veces rompía la monotonía del silencio y en ocasiones interrumpía la suave melodía de aquella apropiada mezcla de voz femenina y masculina. Cuando ocurría ésto último, desconectaba la radio, pues prefería escuchar la dulce melodía.
Hoy, ya no estoy ahí, en mi querida habitación. De tanto soñarlo y planearlo, estoy al fin dando la vuelta al mundo. Estoy amaneciendo en la cima de las montañas y anocheciendo con la caricia de la fresca brisa del mar. Estoy recorriendo Egipto, Italia, Francia, España, Alemania, Viena, Praga y Venecia; pero al fin, sólo una cosa deseo intensamente, y es volver, a mi hoy deshabitada habitación.