Kurten sale del letargo, suspira y el libro ya no está ahí. En su lugar hay distintas herramientas desparramadas con prolijidad alrededor de él. Había dos martillos, uno normal y otro combinado con un hacha de pequeño tamaño, proporcional al martillo. Su mango era de madera de balsa.
Había un destornillador de metal fundido, una pinza de mango de plástico rugoso para que no resbale. Una tenaza para sacar clavos. Una masa y una prensa de hierro llamada también morsa para ajustar piezas y moldearlas con una sierra y martillo. La sierra tenía diez hojas de repuesto. También había un serrucho.
Kurten se sentía contenido por la presencia suave y de aroma a rosas, de Krilea. Aroma a rosas rojas aterciopeladas que estaban creciendo en la circunferencia dónde Kurten tendría que construir su refugio. La presencia de Krilea hacía que Kurten tuviera iluminación para enfrentar cualquier contrariedad.
También había entre sus enseres una pala, un rastrillo, una asada y un hacha grande y fuerte fabricada en acero.
Kurten se dijo manos a la obra. Trazó el contorno de los cimientos cavando con la pala. Seguido, cortó troncos con el serrucho. Fijó los pilotes de troncos serruchados a medida, y se puso a cortar maderas rectangulares para deslizarla en los rieles de los troncos ajustando perfectas las tablillas adaptadas para construir las paredes. El refugio tendría sólo tres paredes. La parte que miraba al océano, decidió dejarla como galería con vista al mar. Al fin y al cabo la temperatura era media, ni frío, ni calor.
Sigue el próximo viernes con el capítulo 3
Kurten pensó
Daniel Bonfi
DNI 21.898.454
Bendiciones, bendíceme, bendícenos. Amén.
En el nombre del Padre. Amén.